domingo, 8 de septiembre de 2013

Tercera persona del singular, II.

Nunca lo sabré. Tras veinte años aún no he podido encontrar la respuesta. Finalmente decido contarlo quizá, para empezar a olvidarlo y así, en el futuro, no poder recordarlo. Son muchos los detalles que he olvidado desde aquel día en un hotel a las afueras de Barcelona. No es algo que me preocupe en exceso, todo lo que no recuerde puede ser inventado, de forma que podré viajar de la realidad a la ficción sin saber por momentos dónde estoy. Lo que ahora sigue son sus palabras, o lo que queda de ellas.

Mi madre se casó al poco de saber que estaba embaraza del que iba a ser el primero de sus hijos. Yo. En aquel entonces parecía imposible criar un hijo fuera del matrimonio y su madre, la que fue mi abuela, jamás lo habría aceptado. Después, vinieron dos más. Y se fue alguno que otro, como mi padre, que pronto decidió que eso no era lo suyo. Jamás volvió. No puedo decir que sea algo que no me atormentara durante buena parte de mi infancia, pero con el paso del tiempo llegué a comprender que fue lo mejor.  Crecí en un ambiente de esos que llaman normal. Las familias, como hoy sigue ocurriendo, se clasificaban en función del nivel de ingresos que cada mes entraba por la puerta de casa. La mayoría de ellas, trataba de llegar al segundo grupo, el de la clase media, pero eran muchos los meses en los que a nosotros nos era imposible encajar en él.  La verdad es algo que me importa aún menos que el haber dejado de ver a mi padre al mismo tiempo en el que descubrí que no pasaba absolutamente nada si me encerraba en el baño, cuatro veces por día, para masturbarme pensando en la mujer de turno que veía en las revistas del quiosco de abajo. Con algunas de ellas soñaba iba a casarme. No era capaz de comprender que ya no era sólo una cuestión de edad o de las gafas enormes sin las cuales no era capaz de verme la punta de los pies. Era, como descubrí al cabo de unos cuantos años, de estatus.  Ésta es la forma estúpida de cómo llaman ahora a que la gente con dinero suele encontrarse con la gente que tiene aún más dinero.  

Ordenar todos los apuntes que él dejó no resulta nada fácil. Más aún cuando la mayoría no tienen ni tan siquiera fecha. El día que apareció en mi casa con una enorme caja repleta de papeles y apuntes en sucio no entendí muy bien por qué había yo de guardarlos, aunque finalmente accedí a bajarlos al trastero donde han permanecido hasta hoy. Recuerdo que aquel día era muy temprano, hacía poco que había decidido mudarme a Barcelona con mi mujer. A ella nunca le gustó Madrid, y no paraba de suplicarme que pidiera el traslado a la delegación que el periódico tenía allí. Al cabo de unos meses mi jefe accedió. No teníamos una relación especialmente buena, pero llegaba puntual cada mañana y eso parecía gustarle. Era, como decía, temprano, ese día no fui a trabajar porque una gripe me había dejado sin las ganas suficientes de levantarme. De forma que llamé a la oficina antes de mi hora de entrada y dejé un mensaje. Después no pude dormirme, pero seguí allí, en la cama, viendo como los efectos de la gripe parecían disminuir cada minuto. El placer comenzaba a ser intenso cuando de pronto escuché el sonido del timbre. Dudé si levantarme o dejarlo pasar, finalmente accedí a ver quién osaba joderme ese momento con tanta insistencia. Descolgué el teléfono de la puerta con la intención de aplacar tanto ímpetu cuando de repente escuché su voz. Eran muchos los años sin hacerlo, pero estaba seguro de que era él. ¿Cómo diablos me encontró? Es algo para lo cual tampoco tengo respuesta.


sábado, 7 de septiembre de 2013

Tercera persona del singular, I





¿Dónde está la razón que él tenía para hacerlo?

8 de septiembre, 00:36, Rennes.



     Paredes mal pintadas, puertas que no se abren, armarios sin terminar, techos rotos, camas sobre las que no sabes si reposar o morir, cajones vacíos. Estanterías con encanto.


     Llegas esperando encontrarlo. Sí, el motivo que todo lo justifica y que te hace pensar que estabas en lo cierto. Pero enseguida te das cuenta de que eso no existe. Imposible. De forma que tienes que esperar. Buscar otra motivación y alejarte de la fascinación. Ir más allá de la superficie y sumergirte para darte de bruces contigo mismo, que espera impaciente al otro lado de la esquina. Mientras llegas, te paras en el camino y te dejas llevar por la belleza que encuentras en una pequeña estantería repleta de libros que te hace ver que no todo está perdido.

jueves, 5 de septiembre de 2013

5 de septiembre. 23:04, Barcelona.



      “Bienvenido a Barcelona”  reza un mensaje escrito sobre el cristal de la habitación del hotel. El texto debería ser otro. La ciudad no es la misma hacia la que partí, hoy, desde Madrid. Las palabras son en catalán cuando buscaba leerlas en francés. Es esto una señal. No lo sé, el tiempo me dirá algo acerca de ello.  Vuelo cancelado.

     Cuando era más pequeño, siempre pensé que las películas de Canal + eran mejores que aquellas que ponían en cualquier otro canal gratuito. No son mejores, simplemente son algo más actuales y no tienen publicidad. Pero imagino que la sensación provenía de la fascinación que genera aquello que no tienes o no puedes tener. Esta estúpida reflexión no guarda mucha relación con lo que aquí quiero decir. Pero, cuando se pasa mucho tiempo dentro de una habitación a las afueras de una gran ciudad, sin saber muy bien qué hacer, considero que es lícito pensar en algo así, más aun cuando descubres que puedes verlo y la película que sólo los que pagan pueden disfrutar te deja esta cita:
  
     "Tú sabes que la muerte es la parte más hermosa de la vida, ¿no? La muerte es hermosa porque todos tenemos miedo a la muerte. Y el miedo es la emoción más increíble de todo, ya que crea la conciencia completa. Puesto a tu disposición ahora, y te hace realmente presente. Y cuando estás realmente presente, eso es nirvana. Eso es amor puro. Así que la muerte es el amor puro".

     Cuando partes nunca sabes qué sentir, no es un deber hacerlo, por supuesto. Dudas, y lo haces entre todos los sentimientos que padeces. Nostalgia por lo que dejas o miedo por lo que vas a encontrar. Lo conocido se enfrenta a su oponente. Tristeza por no ver a los que siempre te han querido o ilusión por añadir alguno que otro que pueda hacerlo. Finalmente te vas. En ocasiones porque es lo que debes hacer o no sabes hacia dónde caminar, y en otras, simplemente y como me dijo alguien de los que me quiere, porque es lo que deseas.